miércoles, 23 de octubre de 2013

Y llegaron las lluvias


Sí, amigos. Ya están aquí. Toca mirar por la ventana antes de salir, para “ver que me pongo”. Y ni siquiera es por ir guapo, sino por evitar una congestión. Total, si después de entrenar nos duchamos, ¿no? Pues mira, dos pájaros de un tiro. Y además lavamos las zapatillas, que buena falta las hace.

Pero no. Tú llegas a casa con barro hasta las pestañas, y de las zapatillas mejor ni hablamos.  El chubasquero quita, pero mira que es desagradable el tema de la lluvia. Podía parar un rato, lo justo para no mojarme esa hora que salgo, pero no. Parece que lo hace adrede. Según se acerca la hora, con más saña cae. A tal punto que se empiezan a tambalear tus convicciones. Con lo caliente que estoy yo en casa.

Como siga lloviendo así, vamos a tener que dejarlo. Que el parque se embarra, y parece una pista de patinaje. No es plan de hacer una sesión de priocepción improvisada, vamos, digo yo. Bah, seguro que no es para tanto. Si total, no lleva ni tres horitas cayendo, y el parque drena bastante.

Que no, hoy salgo. Para algo me han regalado el cortavientos ese tan chulo y con tanta tecnología que me pienso poner, amarillo flúor para que se vea bien. (Y tan bien… el otro día un hijo de un vecino me confundió con la policía…)

Nada, nada, ahora mismo me pongo las mallas (si me valen, que han estado todo el verano en el armario), y al parque. Además, como para dejarlo. Mejor que llamen los demás diciendo que no les apetece, que luego hay choteo. Si estos salen, tú también.

Y ahí nos tienes, cinco padres de familia de vez en cuando respetables, vestidos como los pitufos fosforescentes, yendo al parque mientras jarrea agua como si no hubiese mañana.  Y si te fijas en nuestras caras, encima vamos sonriendo.

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